Thursday, April 26, 2012

La Venganza de Fumanchú


Nuestras madres fueron mujeres valientes que les tocó atravesar un puente muy grande en la historia: La liberación femenina. Antes de que este proceso se diera en la humanidad, los matrimonios y en general la vida de cualquier mujer, era regida por otra persona (generalmente un hombre) quien decidía, cómo, cuándo y dónde la pobre en cuestión tenía que vivir y aceptar el sino de su destino.
La generación de nuestras madres ya tenían la capacidad de enamorase y escoger al hombre con quién debían compartir su vida, pero en otros muchos aspectos aún no tenían ni voz ni voto. Los hombres eran criados como los reyes de la casa. Una mujer tenía que aceptar que el hombre tuviera otras mujeres, saliera, parrandeara, hijos por fuera y un sin número de cosas más, que no vale la pena enumerar. Las mujeres no se divorciaban. Ser una divorciada, era ser una pária. Había que aceptar ese comportamiento. Ellas, aunque les doliera preferían callar, por mantener su hogar “unido”… “ese es mi marido… mi cruz” decían muchas…
Pero, la generación que le tocó vivir a mi mamá transitó una encrucijada tremenda, porque un día como otro cualquiera, salió la píldora, las mujeres tomaron control de su vida y su sexualidad, se dejaron de pendejadas, algunas se divorciaron de sus maridos abusivos y todas se sintieron modernas y libres y embraguetadas con su destino criaron a sus hijos (o sea nosotros).
El problema comenzó cuando intentaron inculcarnos a nosotras (sus hijas) el concepto de una mujer liberal. Ellas mismas no sabían cómo. Embebidas por la vorágine de los tiempos habían intentado liberar su vida, pero no sabían cómo enseñarnos a nosotras a ser libres. La mujer sumisa que a su vez su madre les había inculcado, la tenían tatuada a fuego y no tenían -muy a su pesar- otro referente que darnos. Hablaban de modernidad, pero no obligaban a sus hijos varones, a limpiar o a recoger o ayudar en la casa… “porque esas son cosas de mujeres”.  O cuando llegamos a la adolescencia no nos dejaban llegar tarde, pero tu hermano podía hacer prácticamente lo que le provocaba “porque él es varón y tú una señorita”. Nos impulsaban a estudiar y superarnos, pero estaban de acuerdo que nos quedáramos en casa a criar a los hijos, dejando nuestros propios sueños de lado. Inevitablemente criaron hombres machistas.
Y el día que nosotras nos hicimos mujeres, nos vieron sufrir, porque los hombres que nosotras escogimos eran la prolongación de los hombres que ellas en su momento habían dejado. Y surgió la generación, que como bien dicen: “le temen a sus padres y le asustan sus hijos”.
Pero nosotras sí sabíamos qué era ser libres, cuáles eran nuestros derechos, aprendimos a decir que no, aprendimos a amarnos y respetarnos, estudiamos y luchamos día a día por triunfos tan pequeños y tan grandes a la vez, como tener el mismo sueldo que un hombre, votar, opinar, escribir, que nos respeten cuando nos duele el vientre por la regla y mil cosas más. Con esto no quiero decir que todos los hombres de mi generación son unos sinvergüenzas, porque no es verdad, pero lastimosamente aún son una minoría.
Mi amiga Alicia tenía la mejor explicación para esto: “una mujer tiene que casarse y divorciarse, para luego poder ser feliz”. Eso era una realidad. Nuestras “modernas” madres, lo eran sólo en apariencia y muchas de mis amigas tuvieron que casarse con el primero que les calentara la pata de la oreja, para poder salir de sus casas y tener la libertad de decidir que querían hacer con sus vidas. En el proceso tuvieron hijos, se divorciaron y sufrieron el dolor del fracaso y de la pérdida.
Pero, no hay nada más lapidario que el tiempo y fue así que estas mujeres decidieron de manera inconsciente cambiar las cosas. Las que tienen hijos varones, los enseñaron desde pequeños a ayudarlas en las casas, a ser hombres respetuosos y de bien y muchas de mis amigas le cantan el mismo rosario a sus hijos todos los días: “Usted puede tener las novias que quiera, pero una a la vez… aquí no me va a estar trayendo 5 mujeres al mismo tiempo. Si esa es su novia… ¡mientras esté con ella, la quiere y la respeta!”… (Coño… ¡qué cambio!). Y a sus hijas les dijeron: “usted no se deje joder”, basta de ser sumisa, no le permitas a ningún hombre que te minimice, goce, disfrute la vida”.
Ahora vemos cómo las muchachas de  estos tiempos, son unas mujeres audaces, que no se amilanan ante nada y que cada día más están conscientes del gran poder de lo que llevan entre las piernas y que sin pudor ni pena, lo ejercen.
Y es ahora cuando la venganza de dos generaciones de mujeres traicionadas se ve consumada en estas muchachas que no aceptan menos que “ser las princesas del hombre que las corteja”. Que exigen respeto, igualdad y no se sienten en la necesidad de complacer a ningún hombre para que las ame, porque con lo que ellas son, es más que suficiente. Y las veo y las admiro.
Entiendo que yo nunca seré así, no puedo evitarlo, hay cosas que llevo en el ADN, que me metieron entre tetero y tetero. Pero ver cómo estas chicas llevan el mando y ver como los hombres de esta generación son los que buscan probar que son lo suficientemente buenos cómo para que ellas los acepten, me llena de satisfacción. Porque todo esto lo que asegura que el día que se casen lo harán bajo la más absoluta certeza de que es eso lo que quieren y aprenderán a ser felices y a ver crecer a sus hijos juntos. Serán ejemplo, padres amorosos. Etc. Etc.
Por eso esta Lolaventura está dedicada a cada amiga que he visto llorar traicionada, por cada prima que he visto ser madre y padre a la vez, por cada hermana que la he visto sufrir con la quincena para que le alcance el sueldo, porque el padre de sus hijos no es más que “un donante de esperma”. A cada una de ellas, que amaron infinitamente y fueron victimas de la última generación del “macho vernáculo”, las felicito, porque con sus lágrimas borraron el pasado, mejoraron el presente y forjaron un futuro grandioso para sus hijos y convirtieron al homo traidorus machistus en una especie de museo.

Las Lolaventuras
April, 2012

Monday, April 2, 2012

Receta para el alma


¿Qué título tan trillado, verdad? A veces me es difícil llegar al punto que quiero sin caer en lugares comunes, pero ¿saben qué?; no importa porque a la final este es mi blog. Por mucho que he intentado actualizarlo una vez por semanas, las Lolaventuras se resisten y por más que me torturo pensando que mucho tiene que ver la flojera mía, me he dado cuenta que ¿cómo puedo narrar un episodio que no ha sucedido? Hasta que el otro día llegó a mis manos una maravillosa película llamada ANONYMUS basada en lo que se conoce como la teoría oxforiana, donde –por un millar de pruebas que no voy estar explicando aquí, googleenlo- se llega a la conclusión de que realmente Shakespeare no fue más que una mascarada de un autor que por razones políticas y sociales no podía hacer teatro. Pero más allá de que esto sea cierto o no, en un momento de la película hubo un instante maravilloso donde la esposa del protagonista –que considera que escribir es un pecado que clama ante los ojos de Dios- le reclama: “ ¿por qué tienes que hacerlo?, ¿por qué tienes que seguir humillándome?” y el protagonista responde: “!Por las voces de mi cabeza, las hadas, los faunos, las princesas, los corsarios y todos los personajes que habitan dentro de mi y hablan y sólo cuando los escribo y hago que su voz tome cuerpo y sentido, me dejan tranquilo, me dejan descansar. Tengo que escribir o me volvería loco!”
Cuándo escuche eso, sentí un friiito corriéndome por la espalda. A mi me pasa eso, yo tengo personajes que debo dejar salir. Yo tengo historias creadas con seres que me susurran al oído, qué quieren decirle al ser amado. Hay noches que para dormirme, yo misma me cuento un cuento. Y me puse a pensar ¿que sería de mi vida si no pudiera escribir? En verdad, creo que sería muy duro. Por asombroso que les parezca mi único maestro no ha sido mi padre, debo contarles que mi hermano Julio ha sido otro gran maestro en mi camino de la escritura. Normalmente me insulta si cometo errores (cómo debe ser, es mi hermano), me regaña, me chincha y me vuelve loca, pero me enseña su oficio, nuestro oficio y eso ha sido un ejercicio interesante, porque aunque en la vida cotidiana y real yo soy su hermana mayor, en ciertos momento paso a ser su hermana pequeña y eso me gusta. Así que escribo, aunque sea de cosas que me suceden y como yo las veo, mal o bien, pero escribo.
Volviendo al tema, hoy quiero contarles un episodio muy hermoso que viví ayer. Ayer era domingo de Ramos y mi prima Gaby me llamó para que fuera junto con su esposo a Camila’s House a hacer una cena para los homeless (personas que no tienen hogar). Me puse mi camiseta más viejita y mi pantalón más roñío, me hice una cola en el pelo y me fui con la idea de que yo –toda linda y fashion- iba a gastar una hora de mi tiempo, para servirle comida a esta pobre gente. Cuando llegué, a las 2 de la tarde,  me pusieron un delantal plástico, unos guantes, un gorro y me metieron en una cocina calurosa e infernal y pusieron delante de mi algo como 50 kilos de chupeticas de pollo que debíamos, lavar, marinar en limón, empanizar y freír… ¡chúpate esa mandarina!
La persona que estaba llevando la voz de mando allí nos dijo que serviríamos la comida a las 7:30 pm… ¿¡Queeeeeee!? ¿¡y mi domingo!?...¿¡y mi cama queen, mi netflix,  mi aire acondicionado y televisor de 32” LED y mi blueray!? ¿¡5 horas en este infierno friendo pollo!?... Y aunque ustedes crean que yo exagero no lo hago, así lo pensé. Sentí un enorme fastidio al saber que iba a perder un domingo en mi vida perfecta para tener que darle de comer a alguien que no tiene casa… ¡qué aburrido!
Como ya estaba allí empecé a hacer lo qué tenía que hacer sin darle más cabeza, ya me había metido en ese paquete, así que plomo… Tenía además a un negrito haitiano (¡ups sorry un afodescendiente haitiano!... digo, pa’ que no me caiga CONATEL) que me tenía hecha la vida un yogourt, porque él, que jamás ha preparado ni un vaso de agua, decidió autoproclamarse el jefe de los cocineros del pollo frito… ¡salió mi numero! (creo que por eso me acordé también de Julio, porque es igualito, mi hermano no cocina nada pero se mete en mi cocina a dirigirme…)
Cómo es de suponerse el afrodescendiente comenzó a joder o para ser más específica a joderme. Que si así no se lava, que si así no se marina, que si así no se empaniza, que si así no se fríe. (Sácamelo). Por supuesto, todos los que trabajamos haciendo el pollo empezamos a verlo con ojos de odio, porque además mandaba sentado, o sea jodía pero no hacía nada.
Llegó un punto en que me cargaba loca y me preguntó algo en inglés y yo le respondí a lo que él me dijo: “no te entendí nada de lo que me dijiste, tienes mucho acento, hablas muy mal inglés”. Cómo supondrán quería mandarlo largo pero muy largo…. Pero no lo hice. Tenía como 14 millones de argumentos como para insultarlo y alejarlo de mi en un minuto, pero me detuve y recordé algo que aprendí de mis clases de liderazgo espiritual: “todo lo que te sucede es porque tú lo generas”
¿Cómo no voy a tener a alguien ladillándome si yo estoy ladilladisima?  ¿Cómo no voy a tener a alguien pretendiendo que sabe lo que no sabe, si yo pretendo ser una buena samaritana y estoy aquí pensado en mi domingo desperdiciado? Y obviamente tuve una epifanía. ¿Para qué fui? ¿Qué clase de trabajo sin sacrificio yo quiero hacer para alabar a qué Dios?... porque si es el Dios en el que yo creo… me estaba mandando una metida de pata descomunal, porque él puede ver mi corazón y sabía que estaba allí montando el show… Y automáticamente, me avergoncé, cerré mi bocota y agarre mis 50 kilos de pollo, le di la espalda al afrodescendiente ladilla y me puse a trabajar y a dar lo mejor de mi. Canté, jodí, me llené de harina hasta el cogote y en total logramos entre todos –incluido el afrodescendiente chinche- freír los 50 kilos de pollo.
Llego la hora de servir la cena y vi a un montón de viejitos solos, mujeres con sus hijos, hombres que han perdido su norte, sentarse a esperar que yo, que lo tengo absolutamente todo y más, le sirviera una bandeja con pollo, ensalada, maíz, pan, macarrone & cheese y ensalada de frutas. Con cada bandeja que servía me pagaban con un verdadero gracias, con una sonrisa, con una mirada de que soy alguien que Dios mandó. Y mi corazón se llenó del gozo divino y comprendí que había sido un gran domingo, que no estaba cansada, que me importaba un carajo oler a fritanga y que los primeros domingo de cada mes lo iba a hacer como una obligación, como una manera de retribuirle a la vida, todo lo que en abundancia Dios me ha dado y comprendí que al afrodescendiente Dios lo puso en mi camino con un propósito. Así que a “mi negro” mucho le agradezco su colaboración.

Las Lolaventuras
Miami
Marzo, 2012